Siempre se presentan situaciones difíciles de ver para el ojo humano y, aún así, el análisis y el criterio para cobrar esas infracciones recaen en una sola persona: el árbitro.
La deuda que el deporte tiene para con los que se dedican a arbitrar es enorme. Sin ellos, el juego no sería posible. El arbitro ocupa un rol particular y debe ser comprendido por todos los participantes del juego, pues se expone a las críticas de jugadores, entrenadores y espectadores.
El arbitro como todos en el juego hace lo mejor que puede. Sólo sería viable enojarse con el árbitro si constara que está siendo imparcial apropósito, cosa que casi nunca pasa, aunque la desesperación del resultado haga que así parezca. A fin de cuenta, si no está haciendo bien lo suyo que es arbitrar, el también podría ponerse a cuestionar a los jugadores porque no hacen bien lo suyo, es decir porque no juegan bien, porque se equivocan o cometen errores o podría también criticar a los entrenadores porque ellos tampoco hacen bien su trabajo al ver que el equipo no juega bien. En definitiva todos en un encuentro deportivo tratan de hacer lo mejor que pueden, y por lo general quien recarga en los errores del otro, en este caso del árbitro, en realidad lo que está pasando es que no puede reconocer los suyos que es donde se debiera concentrar.
Autoridad
La participación del árbitro no es sólo a los efectos de posibilitar el juego, sino que en las etapas juveniles es una figura formadora de entendimiento y aceptación de los límites de la vida y de aprendizaje del manejo frente a la autoridad.
La dedicación de los jugadores para el análisis y el cuestionamiento del arbitraje, les quita energías para concentrarse en el juego, y esto perjudica el alto rendimiento.
El arbitraje es uno de los indicadores que hace saltar con mayor evidencia los rasgos de rebeldía adolescente, no superados de jóvenes y adultos que practican un deporte. La bronca contra los árbitros refleja una falta de madurez para salir de un esquema donde la autoridad es ejercida por una figura perfecta. Es por esto que cuando comenten un error o tiene un punto de vista diferente, se les dispara una confusión que termina en un gran enojo. El jugador tiene que aprender a salir de las idealizaciones infantiles, para ver al árbitro como una persona que, como todo ser humano, puede equivocarse.
Hay jugadores, entrenadores, espectadores y padres de jugadores que no cuestionan a los árbitros y, de este modo, muestran un mayor nivel de madurez que aquellos que se quejan en forma continua.
Responsabilidad
El árbitro debe ser el gran maestro dentro de la cancha, trasmitir seguridad y no dejar que las fantasías de cuestionamientos, fruto de la impotencia de los jugadores, crezcan hasta convertirse en planteos de igual a igual.
Debe mantener el dominio de la situación porque él es el punto de referencia donde los jugadores encuentran sus límites. Si pierde el control y, en lugar de manejar la situación, reacciona y se enoja, pierde automáticamente la autoridad frente a los jugadores y espectadores. Por esta razón, se recomienda que siempre conserve una actitud pausada, calma, distendida, firme y alegre.
El árbitro debe tener resuelto cuál es el alcance de sus responsabilidades. Esto no significa ver todo, sino que se trata de estar tranquilo de que hasta donde su mirada alcance a observar, va a resolver las situaciones con la mayor imparcialidad posible.
Tiene que ser consciente que está ejerciendo un rol que incluye su humanidad, con sus aciertos y sus errores. Por esto necesita ser humilde y en esa humildad encontrar la seguridad. Por el contrario, si se siente omnipotente, puede exacerbar un aspecto autoritario y generar ansiedad y confusión en los jugadores.
Cuestionamientos
Los cuestionamientos al arbitraje durante los partidos son un síntoma de impotencia, que por lo general, empiezan afuera de la cancha y se trasladan a los jugadores que toman como modelos a sus entrenadores.
Quienes desde afuera del campo de juego están cantándole anticipadamente al árbitro comentarios, para tratar de cambiar su opinión respecto de lo que va a cobrar, no pueden ver que este tipo de cuestionamientos es el resultado de la sensación de impotencia, por creer que el partido no se puede ganar por los propios medios. Consideran que el partido no se puede ganar a partir de las capacidades,
de las producciones dentro de las cancha y están constantemente pendientes de si el árbitro cobra bien o cobra mal.
Los entrenadores deben abstenerse de tener una actitud evaluadora y hostil desde afuera de la cancha, porque si los jugadores escuchan esos cuestionamientos, los repiten desconcentrándose.
Quien le marca el fallo al árbitro, creyendo que con esa actitud está beneficiando a su equipo, no hace más que transmitir un sentimiento de impotencia y de desconfianza en las capacidades de su juego a sus propios jugadores. Cuando el jugador escucha que se está haciendo ese tipo de comentarios, pierde su convicción de que puede ganar por sus propios medios, sin la influencia de una manipulación del arbitraje de hinchas o entrenadores. El mensaje que llega a los jugadores es que su equipo no puede ganar por la calidad de su juego y tiene que recurrir a sacar ventaja a través del arbitraje.
Al cuestionar el arbitraje se tiene muy poco por ganar y mucho para perder. El beneficio es muy a corto plazo porque en la cabeza del árbitro está el registro y la molestia de que eso que cobró fue influenciado por alguien de afuera y esto provocará una actitud hostil compensatoria inconsciente hacia el equipo a quien favoreció.
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